lunes, 7 de enero de 2008

ROBERT DOISNEAU



ROBERT DOISNEAU

BIOGRAFÍA:

Robert Doisneau nació el 14 de abril de 1912 en Gentilly y pasó su niñez y adolescencia en un suburbio de París. En 1925 ingresó en una escuela de artes y oficios, "L´école Estienne", donde es formado como grabador y litógrafo. Ya era un oficio en decadencia al que Doisneau consideraba poco creativo. Para compensar esa falta de estímulo, a los 17 años comenzó a realizar sus primeras fotos con una cámara prestada. En ellas ya se evidencia su talento.
Poco después, fue admitido en el Atelier Ullmann, que se dedicaba a la publicidad de productos farmacéuticos. Trabajar como ayudante en el estudio de diseño de André Vigneau, artista surrealista y uno de los exponentes de la vanguardia, es quizás uno de los momentos más importantes del mundo. Según sus palabras: " Aquel estudio era fascinante. Vigneau siempre decía cosas que me asombraban, cosas tan insólitas como 'el teclado de una máquina de escribir es un objeto tan hermoso que todas las cartas de amor deberían escribirse a máquina'. Me hablaba de la Bauhaus, del surrealismo, de las máquinas de habitar de Le Corbusier, del cine soviético..." .
En 1932 hizo el servicio militar y cuando volvió a París, el atelier de Vigneau no pudo contratarlo de nuevo ya que la crisis había golpeado duramente a la industria gráfica. Encontró un empleo en el departamento de publicidad de la fábrica Renault, en Boulogne-Billancourt, donde hasta 1939 trabajó como fotógrafo publicitario. También comenzó su obra personal fotografiando a la industria y a los obreros. Se casó con Pierrette Chaumaison y compró un departamento en Montrouge, donde habría de vivir hasta su muerte, se afilió a la Conféderation Général du Travail (CGT) y se relacionó con el Parti Comuniste Français (al que se afilió en 1947, colaborando en los diarios y revistas: Vie Ouvrière, Regars, L'Humanité).
Tras un breve paso por la agencia Rapho (Rado Photo), al estallar la guerra fue llamado a filas pero con la ocupación de Francia por los nazis, volvió a la vida civil y colaboró con la Resistencia falsificando pasaportes, permisos de trabajo, documentos para judíos, además de registrar la ocupación alemana. En agosto de 1944 documentó la liberación de París.
El período de 1945 a 1960 es sin dudas el de mayor producción fotográfica de Doisneau en el campo del reportaje humanista. Se le reconoce como uno de los grandes reporteros de la escuela francesa de posguerra, que se sustenta en la subjetividad de la mirada y en el tratamiento intimista, honesto y sensible de las cuestiones humanas.
Los fotógrafos de ese entonces (Kertész, Cartier Bresson, Brassaï, Ronis, Boubat) se identificaron con los trabajadores y asumieron un compromiso de izquierdas. Su relación de amistad y trabajo junto a intelectuales como Jacques Prévert, Blaise Cendrars, Robert Giraud, etc., ampliaron su horizonte.Cuando Cartier-Bresson le propuso unirse a Magnum en 1947, Doisneau optó por quedarse en Rapho, la agencia que le había dado la seguridad que él deseaba y que le permitía permanecer en Francia sin tener que andar viajando por el mundo, lo que no era de su agrado.
Durante varios años estuvo vinculado a Vogue haciendo fotos de moda. Sin embargo, no era ese el tipo de trabajo que le gustaba y en 1953 no renovó el contrato con la revista francesa.Los años sesenta, coinciden en señalar los críticos, no fueron buenos para el fotoperiodismo o, al menos, para el reportaje humanista. Doisneau se ganó la vida como fotógrafo comercial y publicitario, pero también experimentó con fotografía periférica y desarrolló una cámara especial para fotografiar objetos cilíndricos o esféricos.
En los últimos diez años de su vida, esto es, desde fines de los setenta y a lo largo de la década del '80, se produjo un resurgimiento del interés del público por el reportaje humanista, por la forma sensible de ver la vida y el estilo de Doisneau, así como de toda una nueve generación de fotógrafos que interpretaban la realidad con aquella poética, comenzó a ser revalorizado." Su obra -íntima, sincera y humanista- le ganó la aclamación mundial y lo convirtió en uno de los artistas más admirados y apreciados de la historia de la fotografía".





OBRA PUBLICADA:



Publicaciones de obra gráfica


La Banlieue de Paris, 1949.
Los parisinos tal como son, 1954.
Instantáneas de París, 1956.
Perros de París, 1956.
Pour que Paris soit, 1956.
Robert Doisneau, 1981.

Filmografía


Películas dirigidas
Les Visitants du Square, 1992

Películas en las que fue director de fotografía
El silencio es oro, 1947. (René Clair)
París 1900, 1947. (Nicole Védrès)
Disparad al pianista, 1960. (Francois Truffau)
Un domingo en el campo, 1984. (Bertrand Tavernier)

Premios y galardones
Premio Kodak, 1947.
Premio Niepce, en 1956 y 1957.
Gran Premnio Nacional de Fotografía en Francia, 1983.








ETAPAS

Inicios:
Comenzó a fotografiar objetos inanimados y pasó en seguida a realizar fotografías de la gente de París. el 25 de septiembre de 1932 L’Excelsior publica su primera fotografía. Trabajando en la fábrica de Renault le hace descubrir el mundo industrial.
En la Segunda Guerra Mundial toma instantáneas del París ocupado por las tropas alemanas y realiza trabajos fotográficos retratando a científicos por encargo.
Desde 1945 colabora con Le Point y se entra a formar parte de la agencia RAPHO.

Primer éxito:
En 1950, la revista Life encarga a la agencia RAPHO un reportaje sobre los amantes de París. De ahí saldrá la serie Besos y su obra más significativa: El beso del hotel de Ville. El trabajo recorre toda Francia y Estados Unidos con gran éxito, y le abre las puertas en el extranjero. En 1951 expone en el Museo de Arte Moderno de Nueva York.

Al abandonar Vogue en 1953 su trabajo fotográfico sufrió una crisis en los años sesenta y setenta. En esos años la fotografía sufrió una especia de eclipse. El número de publicaciones y exposiciones mermó y el medio se fue tornando cada vez más comercial y decorativo, con consecuencias funestas para la fotografía de autor. No será hasta 1979 cuando Claude Nori rescate a Doisneau publicando una retrospectiva de su obra en Tres segundos de eternidad. Tras ella, el Centro Nacional de Fotografía Francés edita un volumen de bolsillo con la obra de Doisneau. De este modo el fotógrafo recupero la gloria de antaño y las nuevas generaciones descubrieron su trabajo quedando maravilladas.


Resurgimiento y gloria:
A partir de entonces, exposiciones y distinciones (recibió el Gran Premio Nacional de Fotografía de Francia en 1983) se sucedieron ininterrumpidamente, convirtiendo al fotógrafo más modesto en una estrella de primer orden en los medios. Cine y televisión rivalizaban por tenerlos en sus pantallas. Sus libros, postales y posters se vendían por miles. Sin embargo, el éxito no causó efecto alguno en la naturaleza humilde de Doisneau, quien nunca abandonó la modestia que le ha caracterizado como ‘reportero para fines personales’.
Tras varias incursiones en el mundo del cine, los últimos años de su vida los dedicó a la fotografía, retratando a artistas intérpretes y personajes famosos, y publicando libros con sus fotografías y textos de autores como Cabaña y Daniel Penca, quienes compartían su sentido del humor y su filosofía.


¿Por qué he escogido a este autor?

He elegido hablar sobre Robert Doisneau porque es uno de mis fotógrafos favoritos. Me gustan sus imágenes por el hecho de estar tomadas por el simple hecho de mirar. Como el dijo una vez: “Por supuesto que hice lo que hice deliberadamente. Fue intencionado, pero nunca pretendí crear una obra con mis fotografías, simplemente quería dejar un recuerdo del pequeño mundo que amé”.

Doisneau desentierra tesoros ocultos de un París bohemio, encantador, único. Niños, vendedores ambulantes, carruseles, parejas de enamorados, músicos ambulantes… son retratados de una manera exquisita gracias al toque humorístico que Doisneau imprime a su trabajo. En Montparnasse y Saint-Germain des-Press. Allí fue confeccionando su archivo fotográfico inmortalizando los antros del jazz del subsuelo y a sus asiduos, los cafés de los famosos…

Su serie “Besos”, que incluye “El beso en el Hotel de Ville”, a mi modo de ver es uno de sus mejores trabajos. Estas fotografías, sobre fondos reales, reproducen a la perfección gestos de auténticos amantes. Pese a estar en su gran mayoría preparadas, muestran una gran complicidad con los participantes de este teatro típicamente parisino.

En definitiva, gracias a su trabajo fotográfico, Rober Dioisneau hace que París sea una suerte, la suerte del paseante.

martes, 1 de enero de 2008

Ilustra un artículo II


¿Piensan los jóvenes?


Autor: Jaime NubiolaProfesor de FilosofíaUniversidad de Navarra



Fecha: 20 de noviembre de 2007



Publicado en: La Gaceta de los Negocios (Madrid)




La impresión prácticamente unánime de quienes convivimos a diario con jóvenes es que, en su mayor parte, han renunciado a pensar por su cuenta y riesgo. Por este motivo aspiro a que mis clases sean una invitación a pensar, aunque no siempre lo consiga.
En este sentido, adopté hace algunos años como lema de mis cursos unas palabras de Ludwig Wittgenstein en el prólogo de sus Philosophical Investigations en las que afirmaba que "no querría con mi libro ahorrarles a otros el pensar, sino, si fuera posible, estimularles a tener pensamientos propios".
Con toda seguridad este es el permanente ideal de todos los que nos dedicamos a la enseñanza, al menos en los niveles superiores. Sin embargo, la experiencia habitual nos muestra que la mayor parte de los jóvenes no desea tener pensamientos propios, porque están persuadidos de que eso genera problemas. "Quien piensa se raya" -dicen en su jerga-, o al menos corre el peligro de rayarse y, por consiguiente, de distanciarse de los demás. Muchos recuerdan incluso que en las ocasiones en que se propusieron pensar experimentaron el sufrimiento o la soledad y están ahora escarmentados.
No merece la pena pensar -vienen a decir- si requiere tanto esfuerzo, causa angustia y, a fin de cuentas, separa de los demás. Más vale vivir al día, divertirse lo que uno pueda y ya está. En consonancia con esta actitud, el estilo de vida juvenil es notoriamente superficial y efímero; es enemigo de todo compromiso. Los jóvenes no quieren pensar porque el pensamiento -por ejemplo, sobre las graves injusticias que atraviesan nuestra cultura- exige siempre una respuesta personal, un compromiso que sólo en contadas ocasiones están dispuestos a asumir.
No queda ya ni rastro de aquellos ingenuos ideales de la revolución sesentayochista de sus padres y de los mayores de cincuenta años. "Ni quiero una chaqueta para toda la vida -escribía una valiosa estudiante de Comunicación en su blog- ni quiero un mueble para toda la vida, ni nada para toda la vida. Ahora mismo decir toda la vida me parece decir demasiado. Si esto sólo me pasa a mí, el problema es mío. Pero si este es un sentimiento generalizado tenemos un nuevo problema en la sociedad que se refleja en cada una de nuestras acciones.
No queremos compromiso con absolutamente nada. Consumimos relaciones de calada en calada, decimos "te quiero" demasiado rápido: la primera discusión y enseguida la relación ha terminado. Nos da miedo comprometernos, nos da miedo la responsabilidad de tener que cuidar a alguien de por vida, por no hablar de querer para toda la vida". El temor al compromiso de toda una generación que se refugia en la superficialidad, me parece algo tremendamente peligroso. No puede menos que venir a la memoria el lúcido análisis de Hannah Arendt sobre el mal. En una carta de marzo de 1952 a su maestro Karl Jaspers escribía que "el mal radical tiene que ver de alguna manera con el hacer que los seres humanos sean superfluos en cuanto seres humanos". Esto sucede -explicaba Arendt- cuando queda eliminada toda espontaneidad, cuando los individuos concretos y su capacidad creativa de pensar resultan superfluos.
Superficialidad y superfluidad -añado yo- vienen a ser en última instancia lo mismo: quienes desean vivir sólo superficialmente acaban llevando una vida del todo superflua, una vida que está de más y que, por eso mismo, resulta a la larga nociva, insatisfactoria e inhumana. De hecho, puede decirse sin cargar para nada las tintas que la mayoría de los universitarios de hoy en día se consideran realmente superfluos tanto en el ámbito intelectual como en un nivel más personal. No piensan que su papel trascienda mucho más allá de lograr unos grados académicos para perpetuar quizás el estatus social de sus progenitores. No les interesa la política, ni leen los periódicos salvo las crónicas deportivas, los anuncios de espectáculos y algunos cotilleos. Pensar es peligroso, dicen, y se conforman con divertirse.
Comprometerse es arriesgado y se conforman en lo afectivo con las relaciones líquidas de las que con tanto éxito ha escrito Zygmunt Bauman.Resulta muy peligroso -para cada uno y para la sociedad en general- que la gente joven en su conjunto haya renunciado puerilmente a pensar. El que toda una generación no tenga apenas interés alguno en las cuestiones centrales del bien común, de la justicia, de la paz social, es muy alarmante. No pensar es realmente peligroso, porque al final son las modas y las corrientes de opinión difundidas por los medios de comunicación las que acaban moldeando el estilo de vida de toda una generación hasta sus menores entresijos.
Sabemos bien que si la libertad no se ejerce día a día, el camino del pensamiento acaba siendo invadido por la selva, la sinrazón de los poderosos y las tendencias dominantes en boga. Pero, ¿qué puede hacerse? Los profesores sabemos bien que no puede obligarse a nadie a pensar, que nada ni nadie puede sustituir esa íntima actividad del espíritu humano que tiene tanto de aventura personal. Lo que sí podemos hacer siempre es empeñarnos en dar ejemplo, en estimular a nuestros alumnos -como aspiraba Wittgenstein- a tener pensamientos propios. Podremos hacerlo a menudo a través de nuestra escucha paciente y, en algunos casos, invitándoles a escribir.
No se trata de malgastar nuestra enseñanza lamentándonos de la situación de la juventud actual, sino que más bien hay que hacerse joven para llegar a comprenderles y poder establecer así un puente afectivo que les estimule a pensar.





























martes, 11 de diciembre de 2007

Retrato

























Los primeros retratos son de mi madre, Ana, que siempre está sonriendo porque es muy simpática y le cuesta poner cara de seria.

Las fotos que van a continuación son también de otra Ana, pero ésta vez de mi asesora Ana Zabalza. Amablemente me ha respondido a dos preguntas que creo importantes hacerle debido a la función que desempeña:

Pregunta: Ana, ¿qué aporta a tu persona ser asesora?

Respuesta: El asesoramiento académico es un tipo de comunicación entre personas. Cuanto más tiempo pasa, más me convenzo de que el verdadero enriquecimiento humano procede el trato con otras personas. No me refiero a lo que yo como asesora pueda aportar, sino a que en el intercambio de opiniones y de experiencias uno ve las cuestiones desde distintos puntos de vista, comprueba el resultado de lo que se enseña en la Facultad, se asiste al crecimiento de un alumno desde que llega muy despistado en primero hasta que sale al mundo profesional en cuarto. Personalmente yo he aprendido mucho de mis asesorados y alumnos.

Pregunta: ¿Qué es lo que más valoras de un alumno?

Algo obvio es la sinceridad. Considero que en el marco del asesoramiento no se debe decir todo, porque estaría fuera de lugar; pero me parece fundamental que en las materias que se tratan se pongan todas las cartas sobre la mesa
por ambas partes. Sin embargo, las experiencias que me han impresionado más son aquéllas en las que ves a un alumno superarse a sí mismo y a circunstancias adversas, y dar un giro a su vida. La voluntad humana, estimulada y motivada hacia un objetivo alto, tiene una fuerza impresionante, sobre todo si se da en una persona de 18-20 años. Hay verdaderas proezas silenciosas, que transcurren en el interior y quizá no se manifiestan de modo ruidoso.

¡También valoro mucho a los buenos fotógrafos!

martes, 4 de diciembre de 2007

Reflejos






EL PILAR
A orillas del río Ebro se levanta la imponente Basílica del Pilar, joya del arte barroco en Aragón. Sucede este templo al construido en 1515, en estilo gótico, y que a su vez, sucedió al románico destruido por un incendio en 1443.
Según una antigua tradición, la Virgen María, cuando todavía moraba en Jerusalén antes de su Asunción a los cielos, vino a Zaragoza a consolar al Apóstol Santiago. Éste se encontraba con los primeros convertidos a las orillas del río Ebro predicando el Evangelio. Estos hechos se sitúan en la noche del 2 de enero del año 40 de la era cristiana. Ella trajo la Columna o Pilar para que sobre él se construyera la primera capilla que de hecho sería el primer templo Mariano de toda la cristiandad.
La construcción devoción pilarista aumentó a lo largo del siglo XVII. El anterior edificio gótico-mudéjar se queda pequeño ante el creciente número de fieles y se hace necesario levantar un nuevo templo grandioso y monumental, más acorde con el nuevo espíritu triunfante de la Iglesia de la Contrarreforma y con la recién adquirida categoría de concatedral. En 1674 el Cabildo decide tomar la iniciativa de las obras.
El aspecto actual del Pilar es el resultado de un largo proceso constructivo revisado por Herrera el Mozo, arquitecto de Carlos II. La intervención del arquitecto real Ventura Rodríguez a partir de 1750 fue decisiva: renueva la decoración interior según las nuevas corrientes clasicistas de la época y diseña la Santa Capilla y el Coreto, y remodela el trazado exterior con cúpulas añadidas a la central -que en un principio se había pensado que iba a ser la única- y torres que no se terminarán hasta mediados de nuestro siglo.
Así contemplamos desde cualquier perspectiva un impresionante edificio de características singulares por sus dimensiones, por la severidad del ladrillo empleado, de raíz mudéjar, por la policromía de las tejas de sus cúpulas y el aire bizantino que respira su estructura de cubrimiento.
Para terminar he elegido esta jota que me gusta mucho desde siempre y es muy conocida en mi tierra:

El Ebro guarda silencioal pasar por el Pilar.
La Virgen está dormida,
la Virgen está dormida,
no la quiere despertar.
Un carretero que viene
cantando por el raball
leva en el toldo pintada,
lleva en el toldo pintada
una Virgen del Pilar.
Con trigo de cinco villas
viene de Sierra de Luna
y en los collerones llevan
campanas, campanas,
campanas las cinco mulas.
Besos de nieve y de cumbre
lleva el aire del Moncayo.
Y las mulas van haciendo
heridas, heridas,
heridas al empedrado.
Cruzando el puente de piedra
se oye una brava canción.
En las torres las campanas,
en las torres las campanas
están tocando a oración.
Dos besos traigo en los labios
pa mi Virgen del Pilar.
Uno me lo dio mi madre.
Uno me lo dio mi madre,
el otro mi soledad.
El perro del carretero
juega con la mula torda.
Es que sabe que han llegado,
llegado, llegado,
han llegado a Zaragoza.
El Ebro guarda silencio
al pasar por el Pilar.
La virgen está dormida
dormida, dormida,
no la quiere despertar.

Concurso Fotográfico
















UNA PLAZA CON ENCANTO


Me encuentro en el casco viejo de Pamplona caminando hacia la plaza de San José. Voy mirando hacia abajo y, de pronto, lo que era un suelo empredrado deja de serlo para convertirse en asfalto. Dirijo la vista hacia arriba y lo primero que veo es la gigantesca pared lateral de la catedral de Santa María la Real. Los rayos del sol se reflejan en sus vidirieras.

La forma de la plaza de San José es trapezoidal. El silencio que reina en ella es interrumpido por el trinar de los pájaros que se posan en las ramas desnudas de los árboles.
La primera impresión es la de que sea una plaza cerrada. Avanzando por el lateral de la catedral llego a unas escalinatas desgastadas que conducen a una puerta de acceso trasera. A continuación, haciendo rincón, se halla una pequeña vivienda con tejado de pizarra cuyo frente consta de una ventanita y un gran portalón de madera que me recuerda al de una posada medieval.
Al lado y ocupando el fondo de la plaza se encuentra un edificio de tres pisos con balcones. En el centro de la pared de piedra del primer piso hay un escudo que representa a la familia que habita la casa.
En los dos pisos restantes la piedra desaparece para dar paso al insustancial cemento moderno.
Contigua a este edificio hay una pequeña vivienda que hace esquina con la calle Redín. Me asomo y la penumbra la invade. Ando unos pasos y su pavimento de pedruscos me recuerda al de un pueblo del Pirineo por dónde es díficil andar sin que se te tuerza un tobillo.

En el otro lado de la calle, formando un ángulo de noventa grados, se encuentra el convento de la Siervas de María cuya puerta de entrada a modo de templete forma parte de la portada de su iglesia. Sobre él hay un óculo y, arriba del todo, un campanario con dos campanas.
La monótona seriedad de color que se da en todos los edificios de la plaza ( gris o marrón ) se rompe con la casa que limita con el convento. Verticalmente, tres pisos de miradores acristalados y pintados de verde custodian su pared central amarilla.
Las ventanas del primer piso de la casa que está a continuación son ocultadas bajo unas grandes persianas. Éstas sólo permiten observar que los dueños de ese piso han dejado de lado sus labores de jardinería para dedicarse a otra cosa, pues todas las macetas están mustias.
Entre esta casa y otra hay un callejón sin salida con el nombre de Salsipuedes, me meto en él y al fondo, obstaculizando el paso, se encuentra la iglesia de las Carmelitas Descalzas de San José cuya portada parece ser neoclásica.
La otra casa tiene en su parte baja una tienda de “Antigüedades y Trueque”. Su dueño, con una bata azul de trabajo, sale del local y por un momento creo estar sumergida en una estampa parisina de los años cuarenta.
Dirijo la mirada hacia la izquierda y éste sabor a antiguo se esfuma con la modernidad de un estudio de pintura donde unas cuantas personas trabajan afanosamente.
No sé cual es la función del edificio más grande de la plaza hasta que, al alzar la vista, distingo unas letras de hierro oxidadas en las que leo “Escuela de Magisterio”. En su tejado dos angelitos custodian los términos: letras, ciencias y artes. Sobre la puerta se indica la fecha del año de inauguración: 1861.

Me dirijo hacia el centro de la plaza . Al sentarme en unos de los bancos rojos que bordean la plazeta triangular de asfalto, leo varias inscipciones que hay en él.
En el centro del todo, hay una fuente de hierro de color negro mate con cuatro peces con cara de enfado de cuyas bocas sale agua. Varias farolas, con sendas papeleras, resguardan la fuente.
El sol se oculta tras una nube y una brisilla acaricia mi cara. Huele a humedad, comienza a hacer frío y he de irme no sin antes despedirme de este lugar tan pintoresco.



miércoles, 7 de noviembre de 2007

Las manos de la “amatxi”





Las manos de la “amatxi”

Texto de Asier Barandiarán


El 10 de junio de 1973 se celebró en Oiartzun (Guipúzcoa) un homenaje a un bertsolari. A este acto fue invitado Xalbador, el pastor de Urepel (Baja Navarra). Cuando le tocó su turno, se acercó con solemnidad al micrófono. Su figura mostraba a un hombre sereno y rebosante de confianza. Don Juan Mari Lekuona fue el encargado de comunicarle el tema sobre el que debía cantar de un modo improvisado: “Xalbador, éste es tu tema, las manos de la abuela, “amatxiren eskuak”. Tras unos segundos de concentración empezó a cantar con una melodía suave y nostálgica:

Aizu, amona, aspaldian zu etorri zinen mundura,
ta zure baitan ibili duzu zonbait-zonbait arrangura;
nik ikustean begi xorrotxez zuk duzun esku zimurra,
laster mundutik joanen zarela etorzen zeraut beldurra.


Escucha abuela,
hace ya mucho tiempo que viniste al mundo,
y en tu interior has pasado muchas preocupaciones.
Al contemplar con mi fina mirada esas queridas manos arrugadas,
me viene un temor de que pronto tendrás que dejar este mundo.


Los oyentes no esperaban esta salida. Mirando a Xalbador podrían asegurar que no es un ejercicio de erudición y rima el de éste buen pastor. En su cara parecía vislumbrarse una añoranza de esa “amatxi”. Xalbador, sin cambiar el gesto grave y profundo de su rostro, canta su segundo bertso:

Beste amatxi asko ikusi izan ditut han-hemenka,
Jainkoa, otoi, ez dadiela gaukoan eni mendeka:
zure eskuak ez bitza, otoi, behin betiko esteka,
semeatxiak hain maite baitu esku horien pereka.


He visto en todo el mundo a otras muchas “amatxis”,
Señor, por favor, que me perdonen hoy lo que digo,
que tus manos, “amatxi” mía, no se agarroten nunca,
pues éste tu nieto tanto ama las caricias de esas manos arrugadas.


Cuando los oyentes todavía no se habían repuesto de la emoción, Xalbador lanzó al aire su tercer bertso:

Ene amatxik mundu guzian ba ote zuen berdinik?
Dudatzen nago hardu dukeen nehoiz atseginik;
orai eskuak ximurtu zaizko zainak hor dazura urdinik,
eta ez dago arritzekoa horrenbeste lan eginik.


Mi “amatxi” en todo el mundo ¿acaso tendría una igual?
estoy dudando de que alguna vez hubiese tomado un descanso,
ahora se le han envejecido las manos,
y sus venas azules las tiene ahí a la vista,
no es de extrañar... ¡tanta labor han hecho!


Xalbador con esa mirada suya perdida en el horizonte está viendo a su abuela trabajando, hilando la lana, cuidando la olla en el fuego, meciendo la cuna de su nieto, desgranando las mazorcas de maíz o las cuentas del rosario. Una abuela, con unas manos arrugadas, que fue la memoria de esa comunidad familiar.

miércoles, 24 de octubre de 2007

MERCADO DE SANTO DOMINGO























El mercado de Santo Domingo fue construido en 1876. Sus dos plantas suman un total de 45 puestos en donde podemos ver y comprar frutas, pescado, carnes, embutidos, pan, pollos, pastas, frutos secos, encurtidos e incluso flores. Se esconde detrás del Ayuntamiento bajando una escalinata. Hoy en día, sobre todo los jóvenes, no estamos acostumbrados a comprar en mercados, somos ‘hijos’ de las grandes superficies o de la cadena de supermercados. El griterío y la espontaneidad del día a día de un mercado nos resulta cuanto no menos pintoresco.

Quizá sea ese aire pintoresco lo que imprime de encanto a este mercado de Pamplona. A un lado y a otro de los pasillos, un sabor antiguo invade los puestos repletos de mercancía. Allí estaba yo una mañana a eso de las 11. Llegué con mi cámara, con la esperanza de que los tenderos fueran amables y se dejaran fotografiar. Un tanto avergonzada empecé a disparar el flash primero desde una posición alejada del bullicio para ir tanteando el terreno. Al ser bastantes los que estábamos realizando la práctica me sentí menos cortada. El truco era ver qué puestos se estaban dejando inmortalizar para ir yo y preguntarles si les podía hacer también una fotografía después o preguntar: ¿El de la carne de la esquina es simpático? y si lo era ir y hablar con él.
Estuve un rato sin hacer fotos, en las escaleras de subida a la segunda planta observando a la gente que se encontraba allí. La mayoría eran jubilados, de los cuales la mitad no compraba, sólo miraba. Al fin y al cabo, pensé, cuando uno no tiene con qué entretenerse y está aburrido, el pasear por el mercado Santo Domingo puede convertirse en lo más relevante del día.